El camino de la gestión del conflicto
La vida es un viaje con múltiples destinos y rutas, pero siempre habrá una constante: la presencia de un otro que nos interpela. Cómo gestionamos ese encuentro, las emociones que emergen y las posibles tensiones definirán cuánto podremos disfrutar del camino elegido.
En este artículo te comparto algunas claves de la gestión del conflicto que puede emerger.
Te propongo un viaje hacia un valle rodeado de montañas con un arroyo que baja serpenteante y con fuerza. Llevo un mapa que nos muestra varios senderos. Cada uno tiene sus características. Algunos son cortos y atraviesan grandes cumbres escarpadas. Otros son más largos y nos llevan por un desierto sin agua.
La lista de posibilidades es infinita, pero como en nuestras vidas: una cosa es el mapa y otra es el territorio. Para saber cuál elegir bien sirven las palabras de Carlos Castañeda en “Las enseñanzas de Don Juan”:
“Mira cada camino de cerca y con intención. Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo y a ti solo una pregunta: ¿Tiene corazón este camino? Si tiene es bueno, sino de nada sirve”.
Te invito a transitar un sendero que conecte con el asombro, la curiosidad y el disfrute. La idea es mirarnos hacia adentro y despertar para preguntarnos: ¿Qué nos pasa con el conflicto? ¿Para qué llega a nuestras vidas? ¿Qué lugar le damos al otro?
Cuando aparece la otredad
Humberto Maturana nos enseñó que al conversar con otra persona construimos nuestra realidad. Es lo primero que encontramos en el camino. Desde que el bebé toma conciencia de estar separado de su madre hasta la vida adulta existen presencias que nos interpelan y generan emociones. Están en diferentes lugares y momentos: en la familia, el trabajo, la universidad, la sociedad, los amigos, los vecinos, los proveedores y los clientes. Mientras transcurran desde la paz y la coordinación no habrá problemas. Se convierten en un problema cuando nos regalan otra mirada opuesta a la nuestra. Recuerdo las palabras de Sartre, en boca de Garcin dentro de la obra “A puertas cerradas”:
“No hay necesidad de parrillas. El infierno son los demás”.
El otro puede aparecernos de tres modos distintos:
Como enemigo, donde emerge la ira, el enojo, el miedo y la represión. Se tiende a un vínculo basado en el conflicto: ganar o perder, tu o yo. Presenta un debate tosco con descalificación de la diferencia.
Como adversario, donde surge la curiosidad, la tolerancia, la paciencia y la atención en un vínculo fundado por la controversia, la colaboración y la idea de que hay que perder algo para ganar. La conversación se vuelve una discusión experta, de escucha atenta, hablar cuidadoso y búsqueda de lo común aún en la diferencia.
Como rostro semejante, donde predominan los sentimientos de reciprocidad, hospitalidad, sorpresa, confianza y amorosidad. El vínculo se basa en el encantamiento, la empatía, el cuidado y el reconocimiento. La conversación se ubica en el pensar juntos y el fluir de los significados.
Articulación y quiebre
Al avanzar en el sendero nos aparecen nuevas preguntas y entendemos que no es lo mismo un conflicto que un problema. El primero ocurre cuando enfrentamos condiciones complejas. Piensa en una tarea de matemática, una cuerda enredada o una partida de ajedrez. Allí, con tiempo, paciencia, concentración, técnica y esfuerzo podemos lograr una solución. En cambio, la vivencia del conflicto involucra algo más: el mundo emocional donde emerge la rabia, el miedo, la venganza y el egoísmo.
Solemos buscar responsables y culpables, pero es importante recordar que esta experiencia no tiene sentimientos en sí misma sino que refleja nuestras creencias y juicios.
Estamos en un punto del camino donde el sendero se corta y el paisaje cambia. Algo dentro nuestro se movió. En “Ontología del lenguaje” el escritor Rafael Echeverría define esto como un quiebre, la interrupción de una transparencia, un momento donde lo que pasa no cumple con nuestras expectativas. Allí surge la oportunidad de ampliar la mirada. Es el punto de partida de un nuevo camino de aprendizaje para diferenciar un problema de un conflicto.
La clave será entender qué emociones se juegan. Están las sociales como la rabia y el enojo de cuando algo injusto nos pasó porque el otro se aprovechó o quiere aprovecharse de nosotros. También podremos ver el miedo de creer que alguien tiene un poder superior al nuestro y puede arrebatarnos todo. Y por último, está el sentimiento vinculado al instinto y nuestro cerebro reptil. Es cuando juzgamos que nuestra supervivencia está en peligro y brota el egoísmo. Sentimos que la amenaza es poderosa y nos obliga a movernos para proteger a nuestra especie, familia, país o lugar de pertenencia. Incluso puede activarse para cuidar una imagen pública.
Nueva coherencia
El quiebre trae luz al sendero. Nuestros ojos expresan una apertura. Tenemos conciencia de que el conflicto como vivencia nos invita a transitarlo de una forma más humana y efectiva. El coach especializado en corporalidad, Rodrigo Pacheco, define este momento como el de la danza integrada donde crecemos. Para lograrlo debemos asumir que en la adultez:
Se legitima a los otros con sus particulares interpretaciones de la realidad.
Se habla con la voz del corazón integrada a la razón y siempre desde la verdad.
Se tiene autoconocimiento y se sabe reconocer cuando las relaciones entran en una dinámica viciosa.
Se basa en declaraciones fundamentales (no, no sé y sí) y en emociones como la gratitud, el perdón y el amor. Esta disposición llega hasta el cuerpo y permite salirnos de los patrones automatizados y emerger con una flexibilidad adaptativa y una energía transformadora.
Uno de los puntos más importantes de la adultez es la legitimación del otro que se logra a través de una escucha consciente y de mantener una actitud de apertura que permita dar lugar a un pensar juntos. Allí fluirán significados y entendimiento. Es vital recordar que la otra persona nos está contando cómo ve la realidad. Podemos compartir esa visión o no, pero es su verdad.
Bajo parámetros de empatía, el conflicto funcionará desde la colaboración. No pensaremos en “yo” y “tu” sino en “nosotros”. Conectaremos con el tiempo kairos, aquel que nos permite vincular no tanto con la exigencia sino con la creatividad. Así, aquella escasez e insatisfacción será completada con la flexibilidad, adaptación y la cooperación.
Los conflictos también pueden terminar una relación. Es posible que en una negociación no haya deseo de proyectar un futuro. Allí cada persona mantendrá su versión con respeto y legitimación. Se logrará si recurrimos a las herramientas de la teoría del conflicto que culminan en un escenario de ganar-ganar.
Este tipo de negociación colaborativa tendrá un resultado adicional: será beneficiada la sociedad y se transformará en un una situación de ganar-ganar-ganar.
Final del camino
La vivencia del conflicto nos incomoda, pero habilita un cambio en nuestras relaciones. Reconocerla permite una transformación del actuar y del decir. Es importante escuchar a las emociones y ver qué nos invitan a cuidar.
También es clave hacer nuevas declaraciones que permitan sanar lo pasado para sostener el futuro. La búsqueda incluirá al cuerpo y sus disposiciones. Algunas veces será dando lugar a la resolución poniendo límites. Otras ocurrirán a partir de la flexibilidad para encontrar nuevos caminos. De cualquier forma el ser debe tener estabilidad para enraizarse, contar con la aceptación de saberse en un proceso y tener apertura para dar cobijo al otro.
Podremos diseñar un plan de acción para sostener esta nueva coherencia. Será un llamado hacia la integración para habitar un espacio en conjunto con el otro donde cada uno tenga su versión. Desde ese espacio podremos transformarnos.